Pamplona y Navarra han salido últimamente en los medios de comunicación a raíz de una noticia muy difundida: desde hace varias semanas, un artista español, cuyo nombre prefiero omitir, está exponiendo la obra Desenterrados, que incluye un plato de formas consagradas y unas fotos en las que se escribe la palabra pederastia con las hostias, en la sala del ayuntamiento de la ciudad.

Dos meses atrás escribí unas pocas líneas sobre la figura del Papa Francisco y la atención que merece, tanto para los católicos como para los que no lo son. Incidí en el valor de su encíclica “Laudato Si”, dedicada al medio ambiente y a la naturaleza. Quiero continuar, al menos por hoy, haciendo alguna reflexión más al respecto.

En varios de los textos que llevo escribiendo en esta sección desde hace más de cinco años he defendido el valor del perdón como uno de los distintivos más reseñables y atractivos de los católicos. Y creo que a los jóvenes, adormecidos por la ola masiva de la superficialidad creciente, se nos olvida que existe el arrepentimiento.

Hay quienes no entienden por qué los católicos concedemos tanta importancia al Papa. Piensan que es por una especie de idolatría o de fiebre irracional. Pero no. Más que deberse a un rancio fanatismo, nuestro amor al Sumo Pontífice viene tras la petición expresa que nos hizo Jesucristo hace 2000 años, cuando señaló “Yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán” (Mt 16, 18).

Los dos anteriores artículos en ediciones pasadas fueron acerca de la estrecha relación entre familia y comunicación. Hoy pretendo culminar la serie dedicada a este tema, y no por falta de ideas, sino por la necesidad de parar en algún punto. La cuestión, sin duda, requiere muchas más reflexiones que las que pueda plasmar aquí, pero algo es algo.

En el anterior número me referí a la profunda relación que existe, en mi opinión, entre la institución familiar y la comunicación. Estoy convencido de que no se entiende a una sin la otra. De ahí que ciencias como el Periodismo o la Publicidad, a veces tan subestimadas o ignoradas, merezcan toda nuestra atención, pues atienden a una dimensión esencial del ser humano.

En el anterior número me referí a la profunda relación que existe, en mi opinión, entre la institución familiar y la comunicación. Estoy convencido de que no se entiende a una sin la otra. De ahí que ciencias como el Periodismo o la Publicidad, a veces tan subestimadas o ignoradas, merezcan toda nuestra atención, pues atienden a una dimensión esencial del ser humano.