Se trata de una realidad puramente espiritual y estrictamente personal, considerando que Dios respeta profundamente la libertad del hombre, no se impone, sino que con suma delicadeza y paciencia, propone. Esta experiencia de Dios sólo se puede hacer a través de Jesucristo, segunda persona de la Santa Trinidad, que aseguró: “nadie va al Padre sino por mí”, “yo soy el camino, la verdad, la vida”. El día en que el cristiano es plenamente consciente de que Jesús representa la imagen de Dios en la tierra, está en el camino de ponerse espiritualmente en contacto con el Señor. Dice San Pedro en una ocasión: “¿A dónde iremos Señor, si tú tienes palabras de vida eterna?”
Por supuesto que se tienen que dar algunas condiciones para lograr esta vivencia del alma: estar en gracia de Dios, practicar los sacramentos de la Penitencia y de la Comunión, tener cierto hábito de oración, y no conformarse con una fe “heredada” sino una fe nueva, vivida a nivel personal, profundamente anclada, así como un gran sentido de la filiación divina. Ayuda enormemente pertenecer a un grupo de fe, activo como dinámico, joven de espíritu y siempre en actitud de búsqueda y formación. Nunca debe de estar solo un cristiano; su fe se puede angostar como una flor sin luz o un árbol sin agua. Necesitamos del ejemplo de los demás, de su ayuda, de su confianza.
Abrirnos a Cristo
Entonces, a nivel sencillo y humilde, puede que tengamos en nuestra vida corriente “momentos fuertes” con la ocasión de un buen retiro, de un congreso eucarístico, de una JMJ, de una bella peregrinación, de la predicación fervorosa de un sacerdote, de una película impactante… Son muchos los testimonios de personas que han tenido esta experiencia de Dios en su alma y que se han decidido a contarla. Si Dios es todo amor y es nuestro Padre, si sabemos liberarnos de todo lo que estorba en nuestro corazón para dejarle sitio a Él, no tengamos miedo de tener este encuentro espiritual luminoso que nos llena de una gran paz y de una profunda felicidad. Fue la primera frase famosa de Juan Pablo II: “No tengáis miedo, abrir de par en par las puertas a Cristo”.
Pero la auténtica caridad nos tiene que llevar a los demás, amor a Dios y amor a los hermanos. Nos lo recuerda Jesús en su Evangelio: “amarás a Dios con toda tu mente, con todas tus fuerzas, con todo tu corazón y a tu prójimo como a ti mismo”. No puede ser estéril esta experiencia de Dios, no puede caer en un sentimentalismo pasajero. Lo más importante de nuestra vida es el amor, en todas sus vertientes y un amor completo en forma de cruz, el palo vertical hacia el cielo, hacia Dios, y el palo horizontal hacia los hermanos, a la derecha y a la izquierda.
Nuestro querido Papa Benedicto XVI ha proclamado el 2012 el Año de la Fe, con la luz de la Nueva Evangelización. Más que nunca, cada uno podemos hacer esfuerzos para vivir en profundidad y autenticidad nuestras vivencias de católicos, a nivel personal y a nivel universal, todos unidos, alrededor del Evangelio que tenemos que saber escuchar y no sólo oír, y hacerle vida de nuestra vida con un entusiasmo siempre renovado.