Como dice el Salmo 150: “Alabad a Dios trompetas, arpas, cítaras, tambores, danzas, platillos sonoros, platillos vibrantes”.
Nuestra fe se debe de celebrar con alegría, con entusiasmo, desde los bailes y palmas de los Africanos hasta con la majestuosidad de la música sacra alabando la grandeza de nuestro Dios / Amor. Desde los principios de la era cristiana, el canto colectivo ha acompañado el acto religioso como uno de los vectores principales de la fe. Claro que nos emociona una magnífica polifonía debajo de unas bóvedas y de unas vidrieras luminosas, con el acompañamiento de un órgano y de una orquesta. La música sacra lleva a Dios, como una preciosa oración, que responde perfectamente a las necesidades del alma, a las emociones dulces o doloridas, alegres o angustiadas, según la liturgia o las circunstancias personales del compositor. Nos adentra en una vivencia de trascendencia.
Hay una parroquia en Toulouse (Francia) que celebra la misa mayor del domingo con una especial devoción; se encienden una a una, 150 velas, hay una coral de niños, un organista fenomenal, un párroco que predica con auténtica vocación sacerdotal. Acuden muchos fieles atraídos por esa liturgia tan bien cuidada y, por lo visto, es una parroquia con bastantes vocaciones sacerdotales.
Con ocasión de la navidad, si se puede asistir en Notre Dame de Paris a la Misa del Gallo, se vivirá una experiencia litúrgica maravillosa entre los muchos celebrantes, los monaguillos, el incienso, los coros, el órgano y la multitud de fieles de muchos países que se unen en oración. La belleza del lugar, las luces, todo contribuye a la mayor gloria de Dios. Al final de la ceremonia resuena el órgano solemne acompañado por siete trompetas, festejando así la alegría del Nacimiento del señor. La música sacra y la bella liturgia se unen en una gran manifestación que sube al cielo enriquecida con la oración personal de los fieles. Es una trascendencia difícil de explicar.
Nuestra alma necesita de la belleza, y la belleza musical lleva directamente a Dios. Va mucho más allá de lo simplemente sensitivo, vuela con alas, se eleva al cielo, penetra en el corazón de cada uno y “es música que despierta en nosotros la alegría de Dios”. (Benedicto XVI)
La música sacra adquiere unos niveles muy emocionantes con grandes compositores muy inspirados algunos por su fe cristiana tales como Bach, Mozart, Haydn, Shubert, Gounod, Vivaldi, Fauré, entre otros muchos.
El canto gregoriano debe su origen al Papa Gregorio el grande (590), con la Schola Cantorum romana que favorece el recogimiento espiritual y la oración por su peculiar tono monódico en latín. Se canta principalmente en las abadías benedictinas (Solesmes, Silos etc.). Este canto necesita una perfección total para conseguir toda su pureza, hasta alcanzar un nivel de plenitud orante contagiosa y purificadora.
El papa Benedicto XVI, gran musicólogo como su hermano Georg Ratzinger (de 1964 a 1994 fue maestro de capilla en la catedral de Ratisbona y director del mundialmente célebre coro de niños Regensburger Domspatzen) ve en la música litúrgica arte, pero sobre todo oración. Dice que “escuchar música, más aún música sacra, es como entrar en una catedral pues abre a la belleza y permite dirigir la mente y el corazón hasta el mundo de Dios”. Pero es una belleza que va más allá de los simples sentidos, nos trasciende completamente, hasta penetrar con la ayuda del Espíritu Santo en las más altas vivencias espirituales que entonces se transforman en pura oración.
En canto de los fieles en las celebraciones religiosas, siempre y cuando esté bien cuidado, será entonces una unión y una participación muy necesarias. Sus voces suben al cielo en alabanza a Dios, como un vuelo que se pierde en lo alto de las bóvedas. Hay una profunda relación entre música sagrada y esperanza. Ilumina el alma, reconforta el espíritu, nos hace mejores.
Por otra parte no podemos olvidar la fuerza de los coros “Gospel” o “Negro Spiritual” cuyas letras son magníficas, llenas de humildad y directamente dirigidas al Señor, sin rodeos ni florituras, a veces desgarradoras, otras veces tiernas y fervorosas, siempre humanas y auténticas.
El canto y la música unidos a la acción litúrgica cumplen tres criterios principales: la belleza expresiva de la oración, la participación de los fieles y la solemnidad de la celebración, para mayor gloria de Dios y la santificación del Pueblo de Dios.