El Padre Jesuita Luis María Armundariz Loiza, en su libro titulado “Camino de monte, sendero de trascendencia”, describe con total claridad a través de las más de mil cumbres escaladas en el mundo entero sus emociones espirituales, su acercamiento profundo a Dios, sus senderos de trascendencia. Todo esto en 70 años de su vida, alternando con serios estudios, clases de Cristología, de Escatología y de la Teología de la Creación, sin olvidar sus largos ratos de oración.
La película tan conocida de Juan Manuel Cotelo “La última cumbre” describe también la pasión de un joven sacerdote de Madrid, muy santo, querido, alegre, que murió, un mal día, despeñado.
No es de extrañar entonces que las montañas de Palestina hayan tenido su importancia en la vida de Jesús, aunque se trate de montes más suaves sin riesgo de escalada. Ya en el antiguo Testamento, Dios se manifiesta a Moisés en el Sinai, en otra ocasión en el monte Carmelo, en el monte Sión, en el cual se revela mediante la Liturgia.
Lugares de oración
Jesús, cuando quiere rezar a solas a Dios su Padre, sube a un monte y se queda a veces la noche entera. En otra ocasión, invita a Pedro, a Santiago y a Juan a subir con él a una montaña alta y añade el evangelio de San Lucas: “para orar”. ¡Qué bonito, sencillo pero trascendental tiene que ser el momento de la transfiguración en el monte Tabor, para que Pedro le proponga al Señor instalar allí unas tiendas! ¡Qué bien se está aquí! En la ciudad francesa de Rennes hay un parque, en un pequeño alto, con magníficos árboles y “parterres” de flores muy cuidadas que se llama “le parc du Tabor”. El señor en esta ocasión quiere privilegiar a San Pedro, Santiago y San Juan con una visión extraordinaria del anticipo del Cielo, antes de su Pasión y Crucifixión. Fiesta muy pronto celebrada por los primeros cristianos.
En otro monte padece Jesús las tres tentaciones antes de empezar su vida pública y el demonio le traslada a lo más alto con la tentación del poder. Rodeado de una multitud, en una explanada alta y apartada, Jesús predica la maravilla de las Bienaventuranzas que son para los cristianos como su testamento espiritual y, para muchos, un “agarradero” para llegar a la santidad. Han pasado más de 2.000 años y siguen tan sugestivas, llenas de entusiasmo e ilusión. No tenemos que tener miedo a lo sobrenatural, a las prácticas de las virtudes, al camino trazado por Jesús hacia la plenitud de vida.
En el monte de los olivos sufre Jesús la angustia tremenda de su próxima Pasión y Crucifixión que le hace sudar sangre. Según los médicos muy pocos enfermos llegan hasta ese estado de agonía mental.
Por fin, llegamos al monte Gólgota o del Calvario en el cual crucifican al Señor y muere por todos nosotros con los brazos bien extendidos, como queriendo abrazar a toda la humanidad, ofreciendo unos dolores espantosos con la plenitud de su amor para cada uno de nosotros.
Testigos de grandes hechos
Es muy difícil no reflexionar sobre la importancia de los montes en el Evangelio y la vida de Jesús. Son testigos de momentos muy fuertes, de vivencias extraordinarias, y también nos enseñan la importancia del silencio. El monte es testigo mudo de la grandeza de la naturaleza y nos hace falta, de vez en cuando, ausentarnos de tanto ruido, de tanta sociedad de consumo, de tantos medios de comunicación, para encontrarnos con lo trascendental, con Dios y con nosotros mismos a solas.
El silencio es indispensable para la oración y la oración es nuestra única manera de comunicarnos con el creador de tanta belleza. El hombre necesita de la belleza en todas sus facetas. El esfuerzo de trepar, con calor o frio, respirar el aire puro y disfrutar de cierta libertad puede acercar nuestra alma a Dios. Al fin y al cabo, nuestra vida en la tierra es un lento caminar hacia la plenitud, si escogemos el buen sendero.