Nació a finales del siglo III en Constantinopla. Era hijo del césar Probo que fue emperador 6 años (de 277 a 282). Adrián fue oficial en el ejército romano, y como tal le correspondió tomar parte en las persecuciones decretadas por Maximiano y Galerio. Al ver la entereza de los cristianos ante el martirio, se convirtió al cristianismo. El emperador Licinio decretó una nueva persecución, en la que fue apresado Adrián y sometido a tormento para hacerle renegar de su fe. Le arrancaron las carnes a pedazos, pero no la fe, por la que murió finalmente decapitado. Fue hacia el 306, en Nicomedia.
La onomástica se celebra los días 1, 4 y 5 de marzo; el 17 de mayo, el 8 de julio, el 26 de agosto, el 8 de septiembre, el 2 de diciembre y el 9 de enero.
Entre los Adrianos ilustres hay un emperador romano (76-138), sucedió a su protector y pariente Trajano. Fue el que mandó construir la célebre muralla o limes en Inglaterra, que aún persiste en parte. Centralizó el Imperio y codificó el derecho romano. Designó a Antonino como su sucesor, y su cadáver fue depositado en un colosal mausoleo, hoy castillo de Sant’ Angelo. Adriano I papa (m 795), aliado de Carlomagno, al que el emperador confirmó la posesión de los territorios papales, el núcleo de los futuros estados pontificios, que constituyen la llamada donación de Carlomagno. Adriano II (792-972), aprobó la liturgia eslava que le propusieron los santos Cirilo y Metodio. Adriano III, santo; su pontificado duró sólo un año (884- 885). Adriano IV, Nicolás Breaksper (1100-1159), el único papa inglés. Adrianio V (m 1276) y Adriano VI (1459-1523), defensor de Carlos I frente a la locura de su madre, Juana la Loca, en la sucesión de la corona de Castilla; aunque a la postre, en la práctica, se superpusieron sus reinados. Por la austeridad de su vida se ganó, ya papa, la enemiga del pueblo romano, acostumbrado a la fastuosidad de los pontífices renacentistas. En la Iglesia ortodoxa es digno de mención Adriano X, el último de los grandes patriarcas rusos, tras haber sido metropolitano de Kazán. Se enfrentó a las reformas de Pedro el Grande, y éste, a la muerte del patriarca, suprimió esta dignidad eclesiástica.
Es realmente el de Adrián, en todas sus formas, un nombre evocador de grandeza de ánimo y de buen gobierno. Tanto el propio San Adrián, como el emperador Adriano, y los grandes papas que llevaron este nombre, han dejado su marca indeleble en la historia.