Sus padres Francisco Jornet y Antonia Ibars formaban un sencillo y cristiano matrimonio. Al día siguiente de nacer recibe el sacramento del Bautismo y el de la confirmación a los 6 años de edad.
Casi adolescente, su tía Rosa consigue de sus padres el podérsela llevar a vivir con ella a Lérida. Más tarde, Teresa se traslada a Fraga (Huesca) en donde cursó los estudios de magisterio. A los 19 años ya tiene las oposiciones y el Ministerio de Educación, la destinó como maestra a Argensola (Barcelona).
Teresa mantenía contacto con su tío, el P. Francisco Palau y Quer, hoy beato, hermano de su abuela materna, carmelita descalzo exclaustrado, y creador de diversas instituciones religiosas de enseñanza. Le invita a Teresa a integrarse en esta obra y Teresa acepta; durante unos años trabajó con celo y esmero técnico en la dirección de aquellos pequeños colegios, pero sin ligarse con un compromiso de vida religiosa.
Le pareció sentirse llamada a la vida contemplativa y sus pasos se dirigieron al monasterio de Clarisas en Briviesca (Burgos) del que tuvo que salir poco después por motivos de salud. La experiencia que vivió en el monasterio le sirvió para toda su vida.
Teresa regresa a Aitona con los suyos y restablecida su salud volvió con el P. Palau que la nombró visitadora de sus escuelas. Estas experiencias en el ambiente del P. Palau le obligaron a viajar ayudándole a ampliar su conocimiento de las necesidades de la Iglesia y de las almas y dejarían en ella un componente carmelitano en su espiritualidad. Mucho le ayudaría la influencia del P. Palau a desarrollar su vida espiritual y organizar su vida de oración, a comenzar a ser, con madurez, contemplativa en la acción.
Fallecido el P. Palau el 20 de marzo de 1872, un mes más tarde, Teresa se separó de la obra del P. Palau de modo definitivo, para volver a Aitona en espera de una clara luz que le manifestara el designio de Dios en su vida.
Esta luz llegó en el mismo 1872 e iluminó definitivamente su existencia. En junio de ese año acompaña a su madre a tomar las aguas termales de Estadilla (Huesca). Al regreso, se detienen en Barbastro, en donde entra casualmente en relación con el sacerdote don Pedro Llacera; éste captó enseguida los valores excepcionales de Teresa, la maestra, que había andando tanteando caminos y así se acercaba a los 30 años de edad, sin tener aún una orientación definitiva, sin haber encontrado el camino que Dios tenía pensado para ella.
Don Pedro le dio a conocer los planes de una fundación en favor de los ancianos más necesitados y le invita a integrarse en aquella empresa de vida religiosa y caritativa que por entonces inspiraban la actividad de un celoso sacerdote, don Saturnino López Novoa, su gran amigo desde el tiempo en que D. Saturnino fuera párroco de Barbastro. Esto explica el que apoyara el proyecto de fundación de D. Saturnino y el celo en orientar hacia esa misión a las jóvenes que se dirigían espiritualmente con él.
En ese momento, Teresa vio abierto el camino de su vida, ya lo veía claro: ésa era precisamente la obra a la que Dios la llamaba. Teresa da por concluidas sus incertidumbres y tanteos, y se ofrece inmediatamente a ser colaboradora en dicha obra de caridad. Vuelve a Aitona con la voluntad decidida de darse por entero a lo que le habían propuesto.
El 11 de octubre de 1872 Teresa abandona otra vez su hogar de Aytona para unirse a las primeras aspirantes que estaban desde el 3 de octubre en Barbastro. Desde el primer día Teresa destacó en la incipiente comunidad.
Las vicisitudes que había atravesado, en apariencia nada conducentes, habían sido una providente preparación y entrenamiento a la misión que el Señor le reservaba.
Teresa, al frente del nuevo Instituto como superiora general, primero designada por la autoridad eclesiástica y, después elegida y reelegida en los capítulos generales de la Congregación, lo rigió con mano firme, con inteligencia lúcida y con corazón generoso.
Llevó a cabo una ingente labor organizadora de la nueva Congregación. Infatigable, recorrió toda España, con las limitaciones, dificultades e incomodidades de la época para viajar, y puso en marcha 103 hogares para acoger a los ancianos más necesitados. Y realizó toda esta impresionante labor apostólica a pesar de un delicado estado de salud. Su celo apostólico y su amor a Dios y a los ancianos le daban nuevos bríos, le daban alas de ángel.
Murió santamente en Liria (Valencia) el 26 de agosto de 1897. Fue beatificada por Pío XII el 27 de abril de 1958 y canonizada el 27 de enero de 1974 por Pablo VI. Sus restos mortales se encuentran en la Casa madre de la congregación, en Valencia. Su fiesta se celebra el 26 de agosto.