Quiénes llegan, ¿entran en el cielo? San José como ejemplo. Y los hombres eminentes que sobresalen en todas las artes y las ciencias humanas, y los poderosos económicamente, y los que gobiernan los pueblos, y los ignorantes y con poca formación, y los pobres, y todas las personas también entran si a ejemplo de San José hacen la voluntad de Dios. Así lo dijo Jesucristo: el que haga la voluntad de mi Padre ese entrará. (Mateo 7,21)
Riqueza o pobreza, honor o deshonra, gloria o abatimiento, no representan cantidad alguna en la suma de nuestros merecimientos. Ni son buenos ni son malos en el orden moral; ni es buena la gloria ni mala la oscuridad: nosotros seremos buenos o seremos malos según el uso que de ellos hiciéramos. Por eso hay hombres santos que han sido ricos y poderosos reyes, y hay hombres pobres y sencillos, por ejemplo San José que desprovisto de todas las que se llaman grandezas del mundo, fue dócil a la voluntad de Dios, esmerándose en el cumplimiento perfectísimo de sus obligaciones, con sus dolores y gozos, esos Siete Dolores y Gozos de San José que la devoción cristiana los medita los siete domingos antes de su fiesta. Porque la vida ordinaria no es sólo un lecho florido en que reposar, ya que los labios que ríen están cerca de los ojos que lloran.
La presencia de Jesús y María, el convivir con ellos, le ayudarían mucho a San José para no sólo resignarse, conformarse, sino querer y amar la voluntad de Dios. Y dice la Sagrada Escritura que Dios exalta a quien cumple su voluntad. Y si toda la grandeza y perfección criada está en la Santísima Virgen María, pues nadie como ella, la esclava del Señor según sus propias palabras, vivió la voluntad de Dios y ha estado unida a Jesús con lazos estrechos y amorosos, después de ella está San José, padre legal y nutricio de Jesús, por voluntad de Dios, para que así le ayude a ser hombre, le enseñe un oficio para ganarse la vida, y le proteja hasta llegar a aquella edad en que el hombre puede valerse por sí mismo. San José recibió de Dios Padre la participación más propia de la divina paternidad y amó muchísimo al Hijo de Dios encarnado por obra del Espíritu Santo en María, la esposa virginal de San José.