Se sabe poco de la vida temprana de San Silverio, hasta que aparece en Roma con el cargo de subdiácono. En ese periodo de la historia Roma había sido vencida por los bárbaros, mientras que el Imperio Romano se consolidaba en Oriente, en Bizancio.
Con la súbita muerte del papa San Agapito I, en junio de 536, San Silverio fue electo como sucesor de San Pedro, cargo en el que habría de durar menos de un año y medio.
Ese año, San Silverio intercedió para la entrega pacífica de la ciudad de Roma por parte de los ostrogodos al célebre general bizantino Belisario. Más tarde Italia pasaría a ser colonia de Bizancio.
Sin embargo, San Silverio habría de ser acusado más tarde de traición a causa de sus contactos con los godos, por lo que fue exilado a Patara, en Licia, actualmente en ruinas cerca de Kalkan, Turquía.
Por intercesión del obispo de ahí ante el emperador Justiniano I, San Silverio consiguió regresar a Roma, pero ahí encontró que la emperatriz Teodora había nombrado Papa a Vigilio, su favorito, y San Silverio fue exilado de nuevo, esta vez a la isla Pontia, o Ponza, o Palmarola.
Ahí escribió lo siguiente: "Me alimento con el pan de la tribulación y el agua de la angustia, pero jamás he renunciado, y tampoco ahora renuncio a mi cargo".
A finales de 537, a las tres semanas de haber llegado a la isla, San Silverio falleció como consecuencia de los malos tratos que recibió, por lo que también se le venera como mártir.
San Silverio nos enseña el valor de la perseverancia en la fe en épocas de turbulencias políticas.