Es evidente que tenemos necesidad de hablar y comunicar, pero ¿hasta qué punto aprovechamos esta facultad humana tan necesaria? Hay una auténtica pobreza en nuestras relaciones: el diálogo entre novios, esposos, padres e hijos, profesores y alumnos… es como el alimento del amor, del cariño, de la empatía, incluso si surgen a veces algunas discusiones.
El Papa Francisco lo pregona con toda claridad porque sabe hablar y escribir con toda sencillez y con las palabras adecuadas. Insiste igualmente en la calidad de las predicaciones de los sacerdotes en las misas de los domingos. Tienen que estar muy bien preparadas, cercanas al evangelio del tiempo litúrgico y sobre todo, deben transmitir con alegría e ilusión el mensaje de Jesús, el mensaje del Evangelio que es toda belleza, actualidad, ilusión. Para eso, el sacerdote ha de vivir a nivel personal con toda profundidad una fe fervorosa, alegre y animadora capaz de contagiar a sus fieles. “El pastor tiene que oler a ovejas”.
Hablar persona a persona
Con nuestras amistades es muy fructífero el diálogo a solas, persona a persona, abriendo nuestro corazón al otro y sabiendo escucharle con empatía, la sonrisa en los ojos y en los labios. No tenemos que tener reparo en preguntar a los pobres que inundan nuestras calles sus condiciones de vida, sus grandes problemas y reocupaciones. Hay veces que no lo cuentan a nadie porque les cruzamos en nuestras calles como si fueran árboles, sin vivencias ni alma… ¿Dónde se encuentra nuestra caridad? Nos invade una gran ola de pasotismo, indiferencia, relativismo, mucho egoísmo y, por desgracia, mucha falta de respeto.
Tenemos que cuidar también nuestro nivel cultural. Todos los idiomas bien hablados son una preciosidad, tenemos una herencia de literatura maravillosa, no destruyamos nuestras palabras, por favor. Felizmente se siguen publicando muchas obras buenas de lectura, se celebran magníficas conferencias, entonces se les da vida a dichas palabras y sus mensajes se transmiten a nivel mundial con la rapidez de un rayo. Contribuyen a la formación humana y a la dignidad de la humanidad. Es de una gran responsabilidad trabajar por la verdad, y sólo hay una, Dios.
El oportuno silencio
El dicho antiguo “las palabras son de plata y el silencio es de oro” nos traslada al otro lado de la comunicación. ¿Qué sentido tiene el silencio si nuestra vida es todo lo contrario? Precisamente, de vez en cuando, nos beneficia el silencio no en sí mismo, sino porque nos puede obligar a adentrarnos en nosotros a solas, a hacer un parón, a reflexionar sobre nuestra vida, sin más, y es mucho ya.
Otro dicho bien sabio dice: “el silencio es la puerta de la vida interior”. Es imprescindible para comunicarnos con Dios a través de la oración. Es de una riqueza enorme para el que lo experimenta pero no todo el mundo lo puede comprender y menos aún asimilarlo.
Es también indispensable saber callar cuando uno tiene un secreto que guardar. Precisamente, a través de los medios de comunicación, hay una tendencia a exponer a gritos las intimidades de personas conocidas, sin sospechar que se les puede hundir en la miseria, perjudicando sus famas o sus vidas. Saber guardar un secreto que atañe a la dignidad de una persona es como una batalla ganada contra el sensacionalismo soez. Otra tentación a evitar y huir de ella, es el “chismorreo”, la crítica negativa que no beneficia a nadie y nos puede conducir a un cierto pesimismo.
Una persona discreta y delicada, que respeta la fama de los demás, es sembradora de paz, de caridad, de una apreciable dignidad. Cuesta mucho pero en esto reside su grandeza.