Cuando uno toma conciencia de la magnitud del universo, es fácil quedarse sin palabras. Estamos tan absorbidos por un cúmulo razonable de preocupaciones, ansiedades y ocupaciones que dejamos de ver el bosque…

En este mundo de celeridad creciente en el que vivimos, las virtudes de la paciencia y la serenidad corren peligro de extinción, lo cual choca con la vida plena a la que la Iglesia nos ha enseñado a aspirar desde sus orígenes.

En el transcurso de nuestras vidas, nos enfrentamos a una variedad de desafíos y pruebas que pueden hacernos dudar de nuestra fortaleza interior.

La capacidad de enfrentar estos retos con valentía y determinación es esencial para nuestro crecimiento personal y espiritual. Sin embargo, en nuestra búsqueda de comodidad y placer, a menudo pasamos por alto el papel crucial que desempeña la mortificación en el desarrollo de esta fortaleza interior.

Es curioso cómo el ser humano necesita rutinas de todo tipo. Cuando salimos de los hábitos a los que nos hemos acostumbrado, ya sean alimenticios, deportivos, laborales o de ocio, es probable que nos invada una cierta sensación de ansiedad o incomodidad.

La caridad y la empatía empiezan por poner la cabeza y los sentimientos en el lugar del otro.

Los cambios sociológicos y demográficos que estamos experimentando en los últimos años son vertiginosos y merecedores de mucho estudio y atención.

El tema del cambio climático está más de moda que nunca. Aparece en los medios de comunicación a diario, por ejemplo, y no sin razón: sólo este año ha habido un sinnúmero de desgracias naturales.