Antonio había caído enfermo después de la travesía en el barco, donde habían sufrido muchas penalidades; el Capitán del barco los había embarcado en calidad de presos. No podemos perder de vista todos estos sufrimientos, que acompañaron a Antonio en su afán por predicar el Evangelio en aquellas tierras, en que tanto se perseguía al cristianismo.
En la ciudad de Tánger les acogió y dio cobijo la comunidad cristiana, que se había enterado de su llegada y a la que el Capitán comunicó que les había dejado en libertad. Esta situación permitió que Antonio y Teófilo se recuperaran y cogieran fuerzas para seguir adelante. En la casa donde vivían acogidos, se reunían los cristianos y Antonio celebraba para ellos la Santa Misa.
Un apóstol inquieto
Pero así como Teófilo estaba contento con la actividad que estaban desarrollando, en apoyo de aquellos cristianos, en Antonio seguía ardiendo su afán por predicar el Evangelio a los musulmanes y de esa manera alcanzar la palma del martirio y derramar su sangre por Cristo.
En este intercambio de inquietudes con los cristianos, estos trataban de disuadirle de su empeño de marchar hacia el interior de Marruecos; le decían que los sarracenos no les iban a hacer ningún daño, ya que no perseguían a los cristianos, con los que el Sultán Abu Jacob quería mantener buenas relaciones, aunque sólo fuera por los frutos que el comercio con los mismos le aportaba.
Antonio quería ir a Fez, capital del sultanato, y los cristianos querían retenerle con ellos, por el bien espiritual que les aportaba. El afán de apostolado de Antonio era tan fuerte, que decidió partir y los cristianos les dieron cartas de presentación para la comunidad cristiana de Fez.
El hombre propone y Dios dispone
La salud de Antonio, que parecía recuperada, al primer día de camino se resintió fuertemente, tanto que Teófilo temió por su muerte, lo que se evitó al ser acogidos en un campamento de nómadas.
Esta situación hizo reflexionar a Antonio, que tuvo que plegarse a la realidad de lo que Dios disponía para su vida, que, una vez más, no coincide con sus planes, por muy generosos y entregados a Dios que fueran.
Estas circunstancias, sin duda, tuvieron que hacer reflexionar a Antonio sobre sus planes; ¿eran sus decisiones correctas o se estaba precipitando al tomarlas?
Tomada la decisión de regresar a Portugal, Antonio y Teófilo llegaron a Ceuta, en cuyo puerto pensaban embarcar. En esta ciudad también encontraron el apoyo de los cristianos que vivían en la ciudad, que les ayudaron a reponerse de su cansancio.
Aunque no les fue fácil encontrar un barco y que su Capitán les aceptara a bordo, primero por quienes eran y también porque el precio del viaje resultaba elevado. A final Teófilo decidió quedarse en tierra y Antonio pudo encontrar la ayuda de un comerciante dispuesto a pagarle el viaje. Al final el Capitán le admitió a bordo y no le cobró nada al ser sólo uno el viajero. Había prisa por zarpar, ya que el tiempo amenazaba tormenta.
La tormenta cambia el “rumbo”
Se cumplieron los malos presagios del Capitán del barco y al poco tiempo de partir estalló la tormenta, tan furiosa que hubo que arriar las velas y dejar el barco al arbitrio de los vientos, que soplaban furiosamente, empujándoles hacia el Este, alejándoles de su objetivo, Portugal, y llevándoles hacia Sicilia.
Para evitar ser arrojado al mar, Antonio iba sujeto con cuerdas a la cubierta; posteriormente unos marineros, por orden del capitán lo bajaron a la bodega, donde a duras penas podía evitar que le golpearan las cosas que allí se almacenaban. El agua inundaba todo.
Al cabo de unos días divisaron tierra, nadie, capitán ni marineros, sabía a dónde les habían llevado los vientos, ya que el barco estaba fuera control, a merced de aquellos. De esa guisa, maltrecho y mareado llegó Antonio al puerto de Palermo,1 en Sicilia, donde fue internado en un hospital, atendido por religiosos, en el que pudo recuperarse y le sugirieron que se trasladara a Mesina, donde había un convento de Frailes menores, como así lo hizo.
Quién iba a decir a Fernando Martim de Bulhoes, cuando jugaba de niño, con sus amigos, en las cercanías del puerto de Lisboa que, al cabo de los años, sus planes iban a ser tantas veces modificados por Dios.
Comité de Redacción
1 Era Rey de Sicilia Federico II, que el año 1212 había sido coronado Emperador del Sacro Imperio
NR – Algunos de los relatos de este episodio han sido tomados del libro “San Antonio de Padua – Gran predicador y hombre de ciencia” de Jan Dobraczynski – Editorial PALABRA – Colección AZCADUZ