Sus biógrafos nos muestran un franciscano dispuesto a acudir allá donde su presencia es requerida para fortalecer la fe de los fieles o para conseguir la conversión de los herejes.
Dios apoyaba ostensiblemente su entrega y, además de favorecerle con el don de hacer milagros y de curar enfermos, le dio el don de la bilocación: estar presente en dos lugares al mismo tiempo.
Salva a su padre de falsas acusaciones
En su ciudad natal, Lisboa, donde aún su familia: el padre, la madre, los hermanos y las hermanas, que se vieron implicados en un caso de homicidio, cometido por otros.
"Había en aquella ciudad dos personas que se odiaban mortalmente. Uno de ellos, encontrándose cierta noche con el hijo del rival, decidió vengarse en el heredero y, favorecido por la oscuridad, lo sorprendió, lo arrastró a su propia casa y allí lo asesinó bárbaramente. Después, sepultó el cuerpo en el jardín de la casa de los parientes de Antonio".
El joven había sido visto aquella noche en las proximidades del palacio de Martinho, buscaron por los alrededores y por toda la propiedad; la tierra removida hacía poco, les permitió encontrar el cadáver, lleno de heridas. Este hecho hizo que las sospechas del homicidio cayesen sobre Martinho, que fue detenido con toda la familia.
Se acercaba el día de la sentencia, que habría sido condenatoria, si el Santo, avisado por un monje, no hubiese venido en auxilio de los suyos.
Antonio pidió licencia a su superior para salir del convento y se puso camino de Lisboa. Llegó prodigiosamente en la mañana siguiente, cuando eran necesarios tres meses para recorrer la distancia entre Padua y Lisboa.
Se presentó al tribunal para pedir la libertad de su familia. Como era de esperar, no fue atendido, siendo por demás graves los indicios acumulados contra ella.
El Santo pidió entonces que le trajesen el cadáver de la víctima. Al verlo, le ordenó en nombre de Cristo que volviese momentáneamente a la vida para indicar su asesino. Y el cadáver se animó, confesó abiertamente que ningún miembro de la familia de Antonio era culpable de su muerte y después cayó nuevamente en su sueño de muerte.
El milagro y la solemne declaración de tal testimonio fueron suficientes para liberar a la familia de Antonio, con la cual él pasó aquel día. Se despidió al caer de la noche y al día siguiente se encontraba nuevamente en su convento de Padua.
Doble presencia en Montpelier
Durante su estancia en el sur de Francia, predicando contra los herejes albigenses, “en el día de Pascua de 1224, debía predicar al mismo tiempo en la catedral de Montpelier y cantar el gradual y el aleluya en la Misa conventual. Encontró el medio de cumplir las dos funciones.”[1]
“Subió tranquilamente al púlpito; habló ante el Obispo, el clero y una inmensa multitud deseosa de escucharlo. Súbitamente paró el discurso, cubrió la cabeza y quedó absorto en un profundo recogimiento. En ese preciso momento, los frailes menores lo vieron en su capilla, en donde desempeñó devotamente su papel.”
En la catedral, el pueblo extrañaba este silencio extraordinario y pensó que se trataba de un éxtasis. Pasados algunos instantes, el orador volvió en sí y acabó el sermón. Los fieles, sospechando algún misterio, quisieron saber la verdad. Hicieron una pesquisa y comprobaron que el predicador había realizado uno de esos prodigios de bilocación tan raramente constatados, hasta en la vida de los mayores Santos”.
Comité de Redacción
[1] San Antonio de Padua – P. Thomas de Saint-Laurent (EL PAN DE LOS POBRES)