estuvo, nuestro santo, dedicado al estudio y la meditación de las Escrituras Santas. En este monasterio, aprovechando los libros de su magnífica biblioteca, aprendió teología leyendo a los Padres, San Agustín, San Gregorio Magno y una larga relación de maestros de la Iglesia. Con esta intensa dedicación al estudio, no abandonó el cuidado de la hospedería del monasterio, que le había sido encomendada por sus superiores.
Una vez más, los designios de Dios, impredecibles para los hombres, iban a dar lugar a un nuevo planteamiento en la vida de Fernando. Era bastante frecuente que unos frailes, discípulos de San Francisco de Asís, que en el año 1217 se habían instalado en el Convento de San Antonio de los Olivares, a las afueras de Coimbra, se acercaran a la población de Coimbra y, en concreto a la hospedería del Monasterio de la Santa Cruz solicitando limosnas y ayuda para el sostenimiento de su comunidad, conocida por la austeridad de su vida.
Con este motivo Fernando conoció personalmente a los cinco misioneros que el Patriarca de Asís envió a Marruecos para predicar la fe cristiana a los sarracenos; estos misioneros permanecieron unos días en Coimbra donde habían acudido a saludar a la Reina Doña Urraca, protectora de la Orden.
Fernando se conmovió
La actitud de los misioneros, cuyo corazón transbordaba de entusiasmo, conmovió, con su ejemplo, a Fernando, que desde su infancia se había sentido atraído por la idea del martirio. Los monjes, que sufrieron persecución en Sevilla, dominada entonces por los musulmanes, fueron martirizados en Marruecos, pese a la protección que les ofrecía la presencia del Infante Don Pedro[1] en la corte del Sultán de Marruecos.
El propio Miramolim no se avergonzó de hacer de verdugo, contando la cabeza a los mártires, lo que sucedía el 16 de Enero de 1220. El Infante Don Pedro consiguió recoger los santos despojos y llevarlos hasta las fronteras con Portugal; de allí, un caballero de su séquito los transportó a Coimbra, donde las preciosas reliquias fueron recibidas con las mayores honras y depositadas en el Monasterio de la Santa Cruz, en la iglesia de los Canónigos regulares, en presencia del rey y de la reina.
Un ejemplo impactante
Dice el Padre Thomas de Saint-Laurent[2] que “Su corazón vibraba con el ejemplo de aquellos héroes de la fe, que arriesgaron con denuedo la vida para extender la doctrina de Cristo, enfrentando alegremente los sufrimientos del martirio, por mayores que hubieran sido. Ahora (Fernando) codiciaba aquella suerte; ansiaba ardientemente la hora bendita en que por el nombre de Jesús pudiese también caer bajo la espada del verdugo”.
A leer este relato, no podemos dejar de resaltar que nuestro santo, en esos años, era un fraile dedicado con intensidad al estudio de la teología y de la Sagrada Escritura, como dijimos anteriormente, llevando una vida de entrega a Dios en sus quehaceres en el monasterio.
Fernando había vivido en primera persona: conocimiento de los cinco frailes menores, cuando acudían a la hospedería de su monasterio; y recibimiento de sus reliquias, pocos meses después, en la iglesia del mismo monasterio. Estos hechos le hicieron pensar que debía renunciar a la vida estable en su monasterio e ingresar en la Orden seráfica.
Con dolor sus superiores reconocieron que aquellos deseos eran inspiraciones de la obra de la gracia y se inclinaron ante la voluntad divina, autorizando que Fernando pasara a formar parte de la milicia franciscana, ingresando en el Convento de San Antonio de los Olivares, donde cambió su nombre por el de Antonio, según la costumbre de los franciscanos..
Corría el año 1220; una vez más el plan de Dios, va encarrilando la vida de nuestro personaje, que, en cada momento, se deja llevar por ese impulso tan suyo, de buscar la mayor gloria de Dios, sin dejar un resquicio a pensar en lo que pudiera ser su conveniencia personal.
Comité de Redacción
[1] El Infante Don Pedro, hijo del Rey D. Sancho I y de su mujer Doña Dulce, hija del Conde de Barcelona, Raimundo Berenguer XII y hermana de Don Alfonso de Aragón, que tuvo una vida agitada, de ahí su presencia en Marruecos, ayudó al Rey San Fernando en la conquista de Sevilla. (San Antonio de Padua – P. Thomas de Saint-Laurent – El Pan de los Pobres)
[2] San Antonio de Padua – P. Thomas de Saint-Laurent – El Pan de los Pobres